Después que vi la luz todo es hermoso,
nada carece de asombrosa aurora,
hacia el amor ya marcho sin demora
dejando atrás un halo tormentoso.
Dios y su mano guían mi reposo
que vislumbra la paz del alma mía,
voy de su brazo con sabiduría
obedeciendo su señal extraña;
nada me asusta ni me siento huraña
porque la noche se me ha vuelto día.
Quedó cerrada la melancolía
en un rincón inerte y silencioso;
paró mi alma de emitir sollozo
bajo la luz que colma mi alegría.
La mano de mi Dios me sostenía
sobre un inmenso mar enfurecido,
pero mi cuerpo, ahora protegido
en la cálida diestra omnipotente,
detuvo el miedo que inundó mi mente
cuando una voz hablaba en mi sentido.
Sé que escuché esa voz con su sonido
suave, dulce, pausado, interrogante;
era su mano la de algún gigante
donde yo ví mi cuerpo suspendido.
Desbordado de luz y convencido
me dió un mensaje corto, halagador;
allí a su lado no sentí el temor,
pues me elevó después al Universo,
descendiéndome pronto hasta mi verso
colmada de la dicha de su amor.